La doble vara: cuando el trabajo para un extranjero roza la esclavitud moderna

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Por: Leider Duran

La presión invisible que enfrentan los trabajadores extranjeros y cómo el ego de algunos líderes perpetúa el abuso.

En Estados Unidos, el lugar donde la diversidad cultural debería ser una fortaleza, aún persiste una realidad incómoda: no todos los trabajadores son medidos con la misma vara. Para muchos latinos y extranjeros, el entorno laboral se convierte en una carrera de resistencia donde la exigencia es más alta, la paciencia hacia los errores es casi inexistente y el trato, en demasiados casos, roza el maltrato.

“No llevan cadenas, pero sí cargan con la presión de rendir más que todos.”

Mientras a los trabajadores locales se les concede margen de error, flexibilidad y hasta comprensión, a los extranjeros se les impone un estándar casi imposible de alcanzar. Se espera que trabajen más rápido, que no cuestionen órdenes y que soporten jornadas pesadas sin quejas. En el fondo, es una versión maquillada de la esclavitud moderna: no hay cadenas visibles, pero sí hay presión constante, miedo a perder el empleo y un trato que deshumaniza.

“La esclavitud moderna no se ve, pero se siente en cada turno.”

Lo más doloroso es cuando esa presión no viene del jefe estadounidense, sino de supervisores o managers que también son latinos o de otra nacionalidad. En vez de empatizar, aplican las reglas con mano de hierro, como si su cargo les otorgara licencia para demostrar autoridad a costa de los suyos.

“El ego en el trabajo no construye líderes, solo verdugos con credencial.”

Es el ego inflado por el título en la credencial: personas que, en lugar de liderar con humanidad, buscan impresionar a los jefes replicando o incluso agravando las injusticias que ellos mismos han sufrido. Esta conducta no es liderazgo, es sumisión disfrazada de mando. Es la mentalidad de quien cree que ganarse el favor de arriba justifica pisotear a los de abajo.

“No es liderazgo si para subir escalones tienes que pisar a los de abajo.”

Y aunque parezca un tema aislado, es un problema estructural que erosiona equipos, destruye la moral y perpetúa el ciclo de abuso laboral. La pregunta que debemos hacernos es sencilla: ¿por qué seguimos tolerando que la nacionalidad o el estatus migratorio definan la forma en que se trata a un trabajador?

“Un buen jefe no diferencia entre pasaportes, sino entre actitudes.”

La ética profesional no conoce pasaportes. El respeto, la igualdad de oportunidades y el reconocimiento al esfuerzo deberían ser principios universales, no privilegios reservados a unos pocos.

Un entorno laboral justo no se construye con miedo ni con humillaciones, sino con respeto mutuo, reglas claras y líderes que sepan que su verdadero poder está en inspirar, no en someter.

“La verdadera autoridad se gana inspirando, no humillando.”

Porque cuando se mide a todos por igual y se erradica la cultura del abuso, no solo mejora el rendimiento: también florece la humanidad en el lugar de trabajo.

Leider Duran

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